LA EDAD MODERNA on Dipity.
martes, 11 de noviembre de 2014
lunes, 3 de noviembre de 2014
CUENTO CON ANTÓNIMOS
UNA PANADERA MUY CURIOSA
Érase una vez una panadera muy coqueta y extraña que hacía pan de piedra. Pero no de una piedra cualquiera. Todas las mañanas iba al monte de algodón y, en un gran lago, recogía las piedras más sabrosas que encontraba y se las llevaba en su cesto de mimbre. No cogía piedras muy grandes, pero sí del tamaño exacto para que fuese exquisito.
Tras realizar esta labor que para ella era una labor cotidiana, se iba lentamente por el camino de algodón y, al llegar a la parte más blanda y suave, miraba la señal que indicaba los caminos que se podían tomar. Cogía el de su ciudad natal, que era donde tenía su querida panadería, que era lo que sostenía a su familia además del empleo se su marido, repartidor de periódicos de madera. Como podéis ver, esa familia era un poco extraña pero, sorprendentemente, conseguían mantenerse, e incluso les quedaba algo para sus ahorros.
Pero un día, al tomar el camino de algodón y llegar a la parte más blanda y suave, vio que la señal no estaba. Ella andaba mal de memoria, y no recordaba cuál era el camino que tomaba todos los días, y se dejó guiar por su instinto, tomando el camino equivocado. No llevaba paso ligero, porque llevaba un gran cesto de mimbre cargado de pesadas piedras, que le impedía ir rápido.
Al ver que se acababa el camino de algodón, aliviada, se paró violentamente. Pero, desgraciadamente, eso no era su pueblo. Pensó que todo era un sueño, porque eso era el país soñado: estaba lleno de chuches y caramelos, y en los jardines de las casas había árboles que daban dinero. Era increíble y, como estaba hambrienta, tiró el cesto lleno de piedras y corrió hacia el parque de caramelos y dulces exquisitos, y comió todo lo que cabía en su boca hasta saciar su terrible hambre. Ositos de gominola, regalices y caramelos fueron su comida durante ese día. Sin duda ese era el país de sus sueños, pero no solo eso, los gusanos eran alargados regalices, los perros estaban hechos de gominolas y los gatos de nubes de algodón. Aún así, ella quería volver a su pueblo, con su panadería, su casa y su marido que, sin duda, era lo mejor que tenía en su vida desde hace muchos años, y por eso decidió volver.
Le costó mucho, pero encontró el camino y, al acabarse el camino, lo único que vio fue a su marido esperando ansioso su llegada. Corrió a sus brazos y se dieron el mayor abrazo que se habían dado, sin duda, desde que se conocieron. Ese día, lo único que les importaba era ser felices Y no todo era eso: al hombre le contrataron en una gran empresa muy famosa, y pudieron comprarse una casa nueva y mejor; una casa con una gran piscina de algas, un patio de acero y un jardín de tierra.
Ella pensó que prefería vivir allí, aunque no hubiese dulces o caramelos, en su nueva casa y con su panadería, era mucho más feliz.
CUENTO CON AGUDAS, LLANAS Y ESDRÚJULAS
TODOS AL LAGO
Era un día soleado, y el ratón Ratolón decidió que lo mejor que podía hacer era irse a pasar un día en la playa. Pero no iría solo, llamaría a su amiga la avestruz. La avestruz Avellá aceptó encantada, pero no sin ir a pescar allí. Ratolón le pidió que le prestara una caña y una cesta para pescar. Con las cosas cargadas al hombro, partieron hacia el lago, pero Avellá dijo que si iban a pasar todo el día allí, deberían coger comida. Ratolón dijo que a él sólo le quedaban unas pocas provisiones de queso, pero a Avellá no le gustaba el queso, y a Ratolón no le gustaba nada excepto el queso, fuese del tipo que fuese. Así que, para no tener que cargar con toda la comida, fueron a la tienda de Copón el león, que vendía de todo. Compraron un limón, melón, sandía, jamón, salmón y arroz. Y con eso se fueron al lago. Ya por el camino se encontraron con Lón el revisor de tren, y decidieron que como ya llevaban mucho tiempo caminando, podrían darse el lujo de ir en tren. En el tren, se encontraron con Lopilón el camaleón, que también iba a ir al lago, y decidieron que sería una buena idea ir juntos, cuantos más mejor. En el viaje, Lopilón les contó que su amigo Chipi el chimpancé vivía allí, y que podían llamarle para pescar todos juntos en ese precioso lago.
Ya de camino al lago, se encontraron con sus amigos el perro y el gato, y todos se fueron juntos. Ratolón decidió que había que comprar una manta para el picnic. Buscaron y buscaron, pero allí no había mantas. El perro y el gato miraron en su cesta, pero sólo había patatas, tomates, carne, pescado, lechuga y naranjas. Pero sí, rastro de su manta. El perro dijo que estaba seguro de que la había metido en su cesta, pero allí no estaba. - ¿Dónde están mis cañas de pescar? - preguntó Avellá, que no las encontraba. Si, estaba claro que alguien les estaba tomando el pelo a todos. A cada uno le faltaba una cosa: a Avellá sus cañas de pescar, al perro y al gato su manta de pícnic y a Lopilón su cebo para pescar.
Cuando por fin llegaron al lago, Chipi el chimpancé les ayudó a buscar a ese ladronzuelo. Les contó que últimamente a él le habían robado muchas veces el las últimas semanas. De repente, vieron a un astuto hipopótamo que corría con un saco lleno de ... ¡Sus cosas! Fueron tras e intentaron atraparlo, pero era el único hipopótamo que corría mucho. Lo atraparon: era un hipopótamo muy arreglado, con unas piernas muy largas que decía que quería volver al agua pero no podía, porque era el único hipopótamo del mundo que tenía pánico escénico al agua, y por eso no se podía meter en ella. Le perdonaron y le invitaron a pescar y comer con ellos, pero eso después de haber devuelto todo lo que no era suyo. Y así todos, aunque casi no se conocían, se hicieron grandes amigos.
Muchos días después, quedaron todos juntos otra vez, y cada uno llevó un amigo nuevo, y así todos lo conocían y acabaron teniendo muchos más amigos, todo eso por una pequeña excursión al lago. Pasaron de ser dos amigos a ser veinte.
CUENTO CURIOSO
EL VENDEDOR DE SOMBRAS
Una hermosa mañana, Marcelo se despertó y abrió los ojos delicadamente entrecerrados por el deslumbrante sol que lucía esplendorosamente en un cielo tan azul como el mar. Se levantó suavemente: primero un pie y luego el otro. Caminó hasta la cocina y se encontró con un delicioso desayuno sobre el mantel bordado por su mujer. Pero, ¿dónde estaba su mujer? No la encontraba por ninguna parte y decidió ir a ver dónde estaba. En el salón, sobre su silla de madera de arce, su mujer descansaba agotada por el terrible calor.
- ¿Qué te ocurre, que estás ahí acurrucada? - preguntó.
- Pues que que esto no puede ser: hace un calor de muerte y todo el mundo está tranquilamente descansando bajo la sombra de un árbol, y como nosotros no tenemos jardín, por lo tanto no tenemos sombra.
- Pero eso no es culpa mía, construimos esta casa con lo poco que teníamos, y vivimos de lo poco que sacamos vendiendo lo que cultivamos. A mí no se me ocurre nada para arreglar esto, y si a ti se te ocurre algo deberías decirlo, porque estos calores no son normales, y en la cocina da mucho el sol, y no vas a poder cocinar, y yo quiero comer…
- Lo que puedes hacer es buscar alguna tienda de jardinería por el pueblo. Nunca he visto una por aquí, pero alguna tiene que haber. ¿De dónde sacamos las semillas que plantamos en nuestro huerto?
- Nos las dieron tus padres, y yo no sé de dónde las sacaron, pregúntaselo tú.
- Mi padre falleció hace tres años y mi madre vive con mi hermana en Suecia, y no podemos ir hasta allí porque no tenemos nada de dinero ni un coche o transporte.
- Pues ya está, decidido: cruzaré montañas, ríos y pueblos buscando algo o alguien que pueda proporcionarnos semillas de algún árbol, el que sea. Adios, partiré ahora mismo.
- Vale; te prepararé el equipaje: ropa de abrigo, comida fresca y todos nuestros ahorros; deberás alojarte en un hostal o en una posada, no puedes dormir en la calle.
Y así, Marcelo partió en su búsqueda. Atravesó pueblos, senderos y bosques, hasta que llegó a un pueblo bastante desarrollado: todo tipo de tiendas, casas preciosas con tejados hechos de las más bonitas tejas de color rojo, gente educadamente tomando el té en su cafetería habitual con familiares, conocidos e incluso amigos, los niños jugando felices en los parques con columpios, toboganes y rocódromos: la ciudad soñada. Se quedó maravillado contemplando aquel hermoso pueblo durante una eternidad que a él le pareció un pequeño instante.
Ya al anochecer, encontró una pequeña posada en un rincón de la calle mayor del pueblo, donde estuvo paseando y mirando toda la zona comercial.
Al día siguiente, ya al atardecer, un hombre se le acercó y le dijo:
- Sé por qué estás aquí: buscas una sombra. Y hoy es tu día, porque yo soy Lorco, el vendedor de sombras. Te venderé una sombra a cambio de un precio irresistible: que me traigas un periódico de hace dos días antes de que anochezca. -
Marcelo corrió hasta el puesto más cercano de prensa y pidió el periódico de hace dos días. El vendedor se lo entregó por cien euros, un precio que a Marcelo le pareció increíble, pero recordó sus palabras hacia su mujer y lo compró.
Se lo llevó al vendedor de sombras y él le dió una sombra enorme, más pesada que un elefante pero más ligera que una pluma.
Al llegar a su casa, su mujer cogió la sombra y la colocó en el patio, y nunca más volvieron a tener calor.
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